29.9.10

Lado Sur




Cuando la lluvia helada me golpea en la cara, o cuando el frío me hace la Doble Nelson, dejándome la nuca dura y dolorida, es cuando más me acuerdo de lo que hice.
No me pasa, sin embargo, cuando estoy en el colectivo, tamborileando con los dedos sobre las rodillas (un Levi’s gastado garantiza el mejor sonido imaginable a la hora de sentirse el baterista de Oasis), o si me preguntan dónde queda una calle, o cuando voy a comprar al minimercado una tarde de sol.
No.
El frío y el agua son cosas a las que, desde aquel octubre patagónico, les tengo miedo. Y no hay abrigo o impermeable que pueda sacarme la sensación “vos estabas”. Porque, como sabe cualquier idiota, no hay impermeables para la conciencia.
Lo peor siempre son los gritos a la noche. Cuando se vive en los suburbios, es normal oírlos. Y aquel hijo de puta no tuvo mejor idea que gritar toda la noche, rodeado de piedras y hielo, lo que amplificaba el volumen de sus insultos y su llanto. ¿Qué podía hacer yo solo? No sabía cómo se actuaba en esos casos. No tenía la  fuerza. No tenía ganas.

Y hoy llueve y hace frío. Como casi siempre acá. No sé cómo pude haber sido tan idiota, mudarme a Londres fue una pésima idea.


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